La historia moderna de la hipnosis empieza con Franz Anton Mesmer (originalmente Friedrich), médico alemán que vivió entre 1733 y 1815. Decepcionado de la ciencia médica de su tiempo, buscó nuevas formas de entender el cuerpo humano. Influyó mucho en él la idea de que el cuerpo estaba formado por un fluido universal.
Mientras Gassner señalaba que la enfermedad era causada por demonios que poseían al enfermo, Mesmer asumió que no se trataba de espíritus, sino que de un fenómeno de imantación que podía ser reequilibrado. Los males, para él, provenían de una mala repartición de los fluidos.
Sin embargo, mediante sus propios experimentos, comprobó que obtenía lo mismo sólo con tocar a los enfermos, sin necesidad de los imanes. De ahí, desarrolló la teoría del magnetismo animal, fuerza capaz de sanar la enfermedad. En muchos casos, sus pacientes, mayoritariamente mujeres, sufrían de convulsiones.
En 1778, en Francia, ofrece tratamientos terapéuticos grupales para miembros de la aristocracia. El método consistía en colocar, en una pieza cerrada, una tinta de agua “magnetizada” en la que entraban los pacientes. Cada paciente está situado frente a una varilla de hierro articulada, que sale de la tina, y que él mismo utiliza para tocar las partes enfermas de su cuerpo. Además, todos los cuerpo enfermos están unidos mediante una cuerda que permite la circulación del fluido. Al mismo tiempo, Mesmer ponía sus manos sobre los pacientes o bien los tocaba con una varilla de hierro imantado.
Mesmer alcanzó fortuna y fama, pero así también, generó envidias, y el cuerpo médico de Francia solicitó investigaciones sobre su trabajo. La investigación en Francia concluyó que Mesmer era un fraude. Subrayando la importancia de la imaginación en el fenómeno del magnetismo animal, el informe de la comisión señala que “la imaginación sin magnetismo produce convulsiones…el magnetismo sin la imaginación no produce nada”.